14 septiembre 2005

Hylas y las ninfas

Cuenta una leyenda...

Hace ya muchos años, aunque todavía hay quien habla de ello, vivió en Grecia un hombre atrevido al que le gustaba la aventura. Entre los muchos viajes que realizó, dicen que cruzó todo el mar Egeo, atravesando numerosas islas griegas. Partió de Atenas, pasó las Islas Cícladas, llegó a Creta, subió por Roda, se detuvo en Samos, y esto que cuentan le sucedió cuando llegó a Quíos. Durante el esplendor de la civilización griega, Quíos fue un estado muy importante, y en ella vivían muchos poetas y escultores famosos. Puede ser que uno de estos poetas nos contara la historia.
Pues bien, cuando Hylas, que así se llamaba el aventurero, atracó en Quíos, se alejó de sus compañeros adentrándose en el bosque en busca de agua potable. No hizo el viaje en vano, pues pronto se encontró un manantial de agua fresca donde unas jóvenes jugueteaban y cantaban. Hylas no era precisamente feo, y los años de viaje lo habían convertido en un hombre fuerte, por lo que no es de extrañar que una de ellas se quedara mirándolo con sus hermosísimos ojos verdes. Su mirada era tan profunda, tan intensa, tan dulce, que Hylas era incapaz de desviar sus ojos de ella. Poco a poco empezó a perder su voluntad, no sabía qué le pasaba, sólo que esos ojos le atraían hacia la joven sin poderse controlar. Ya sin voluntad, se acercó al manantial y se metió en el agua. De pronto, unos brazos le aprisionaron alrededor de su cuerpo y sintió la presión de unas manos suaves y frías que no le permitían moverse. No podía hablar, no pudo pedir ayuda. Lo último que supieron sus compañeros es que había sido arrastrado hasta las profundidades del manantial, de donde nunca pudieron sacarlo


Ilustración: (William Waterhouse)